¡Una experiencia inolvidable!
Medio centenar de participantes en la JMJ ´23 en Lisboa han sido Jóvenes Misioneros Cluny. Una experiencia cargada de momentos intensos y emotivos donde los lazos personales son los que verdaderamente han crecido. Una experiencia de Iglesia que nos ha fortalecido en la seguridad de que sólo podemos vivir nuestra fe en Comunidad porque el encuentro con Dios, necesariamente, lleva a vivir al servicio de los demás.
Nuestra peregrinación puede dividirse en tres grandes momentos:
- La estancia en Faro, en la Diócesis de Algarve, participando de la organización de los Días previos en las Diócesis.
- La JMJ en Lisboa.
- Los días «familia Cluny» en Coímbra.
Sin embargo, más que desarrollar lo acontecido en cada uno de los lugares, que ha podido seguirse tanto en Instagram como en Facebook, centramos nuestro compartir en los testimonios que algunos de ellos nos han regalado. Las edades de nuestros jóvenes se encuentran en el entorno entre los 16 y los 23 años. Dejemos que ellos nos cuenten:
Toneladas de arroz, polacos bailongos, barritas de cereales, peleas a muerte por un tótem de madera, canciones y más canciones Hakuna, gritos de júbilo, transporte público demencial, banderas de todo el mundo, laudes y oraciones en comunidad, pulseras que intercambiar, duchas hirvientes y otras frígidas, lágrimas, abrazos –muchos abrazos– y, sobre todo, Dios: Dios exento y excelso y Dios incrustado en el corazón y reflejado en el rostro de tanta gente maravillosa conocida y –aún– en vías de conocer; Dios hablándote directamente y Dios valiéndose de conversaciones que dejan huella; en definitiva, ”Dios amándote por sorpresa”.
“Que la Jornada Mundial de la Juventud me cambie la vida”.
Esas eran mis expectativas para esta JMJ. Y bien ¿se han cumplido? La respuesta precavida es responder que aún es pronto para decirlo: “Solo Dios sabe la semilla que ha sembrado en el corazón de cada uno” –nos animaba el Papa en Lisboa–. Ahora nos toca la ardua a la par que preciosa labor de regar y cuidar nuestros corazones sembrados, el trabajo de saber que no todas las semillas germinan al mismo tiempo y que no todas las flores que de ellas broten son igual de vistosas. Nos toca esperar diligentemente seguros de que “no puedo tener deseo mayor que cumplir con la Voluntad de Dios”.
Aunque no sienta que esta última quincena tan intensa me haya cambiado la vida sé que, si realmente no lo ha hecho todavía, potencial e inminentemente lo hará ¿O es que acaso podría ser de otra manera habiendo vivido la mejor confesión de mi vida, después de haber disfrutado y aprendido tanto con el Papa Francisco y tras consolidarse una familia de Jóvenes Misioneros Cluny tan unida y con tantas ganas de hacer cosas con, por y en el mundo?
Sin duda empieza una fase clave para los que hemos participado en Lisboa de la fiesta de la juventud del Papa, una fiesta a la que no asistimos “por casualidad”. Ahora es nuestra responsabilidad “levantarnos e ir sin demora” a dar testimonio de lo que hemos visto y oído, vivido y aprendido: “¡No tengamos miedo!”.
A pesar del sufrimiento, el sueño acumulado, el dolor de toda clase, la tristeza, la añoranza por quienes faltan, el sofocante calor, las quejas, el cansancio físico y mental, el sentimiento de que no ha sido lo que uno esperaba, cierta desilusión en algún aspecto… la –para mí inconclusa– Jornada Mundial de la Juventud ha merecido la pena indudablemente.
Por la alegría, el acompañamiento, los buenos momentos, el sinnúmero de carcajadas; por las nuevas personas que pasan a formar parte de mi vida y las que pasan a hacerlo más profundamente, por la red de oraciones que hemos entretejido rápidamente, el interés y el consuelo; por la brillante organización logística y la insuperable actitud y buen humor de todos; por todos los regalos del Señor –abiertos y por abrir–… por todo ello GRACIAS de todo corazón. Gracias a ti que estás leyendo esto y, sobre todo, gracias a Dios que así lo ha querido para mí y para ti.
La JMJ no era para Él, era para ti, su latido del corazón preferido ¿La has aprovechado?
José Luis Macicior
¿Puedo tener otro deseo que el de cumplir la voluntad de Dios?
¿Y qué quiere Dios de mí? Si no tenía la respuesta para esto, ¿cómo voy a cumplir su voluntad? Gracias a esta JMJ he podido encontrar qué quiere Dios de mí en este momento.
Cuando en septiembre de este año me propusieron ir a la JMJ no tenía muchas ganas. No soy una persona que le gusten las multitudes y no estaba en un momento de mucha fe, pero me convenció mi mejor amigo que fuera. Por circunstancias terminé yendo con mi antiguo colegio, San José de Cluny. Puedo deciros ahora mismo que fue la mejor decisión que pude hacer.
Una vez que me apunté estaba muy nerviosa porque no conocía a nadie y no se me da bien hacer nuevos amigos, además que me ponía nerviosa el hecho de ser más mayor que el resto del grupo ¿Me iban a aceptar? ¿Sería la rara del grupo? ¿Y si es un grupo cerrado?
Todas las dudas se disiparon el día de la convivencia preJMJ que tuvimos, y estos 15 días no han parado de demostrarme que la familia Cluny fue, es y siempre será mi segunda casa.
No voy a mentir, no fui con ningún tipo de expectativa al viaje. Acababa de terminar una relación que me marcó mucho, sufría depresión y ansiedad, y desgraciadamente había intentado terminar con mi
vida. No sabía cómo salir de ese agujero y no esperaba que estos días me ayudaran ¿Cómo iba a estar bien con un grupo de «extraños»?
Desde el primer día pude ver que esta familia que se ha formado era un regalo de Dios para ayudarme a avanzar. Puse todos mis esfuerzos por ayudar, apoyar, animar, guiar y acompañar a todos los que pudiera ¿Y si era esa la voluntad de Dios? Algo ya se movía en mi interior.
El día culmen para mi cambio fue el Vía crucis con el Papa. Una reflexión me tocó especialmente. Unas ganas de seguir viviendo me recorrieron entera. Fue como si alguien hubiera cogido todos esos pensamientos negativos que tenía guardados y los hubiera tirado diciéndome MERECE LA PENA VIVIR ASÍ: SIRVIENDO, AYUDANDO.
Decidí ahí mismo que sí iba a cumplir lo que me pedía el Señor: Seguir viviendo a través del servicio.
La JMJ ha significado para mi encontrar de nuevo mi vida, mi vocación, amigos, claridad, paz… me llevo tantos recuerdos, tantas emociones y tantos amigos que no sería capaz de contároslos todos en este texto. Pero sabed que me acordaré siempre de cada cara y cada nombre que han hecho posible este viaje
Ha nacido en Lisboa una gran familia, una gran fe, una nueva vida. Gracias Cluny, gracias Ana María Javouhey, gracias Dios.
Isabel Rodríguez Pita
En mi vida Dios nunca había sido mi centro.
Yo no vengo de una familia católica practicante, en mi grupo de amigas Dios no es el protagonista y, en general, por distintas cosas por las que he tenido que pasar, no he tenido razones como para pensar que Dios debía ser mi todo.
En mi vida no reina la paz o al menos no lo solía hacer. En mi hogar, aunque lo ame con locura y le dé gracias a Dios todos los días por él, no reina la paz sino las preocupaciones, la angustia y los malos actos.
Tampoco ha sido fácil llegar a tener la relación que tengo conmigo misma de quererme, respetarme y valorarme, no me ha costado dos días sino noches interminables, lágrimas y muchos porqués.
Por esto y por muchas otras cosas, pensaba que no había hueco para Dios en mi vida, que ya tenía bastantes cosas por las que preocuparme, ¿qué le debía a Dios si lo único que me había dado era sufrimiento?
Anteriormente ya había escuchado hablar sobre la Jornada Mundial de la Juventud a personas muy cercanas mías, pero en mí no se despertaba ningún tipo de deseo o curiosidad, ¿un encuentro de jóvenes cristianos con el Papa? ¿Qué tiene eso de interesante? es lo que yo pensaba hasta hace unos meses.
Tiempo después, empecé a acercarme un poco más a Dios gracias a las nuevas amistades que había hecho y aunque parezca una tontería las Misas del colegio dejaron de parecerme pérdidas de tiempo.
Un día normal, se me presentó la oportunidad de acudir a la JMJ junto al colegio y aunque aún no sé cómo ni porqué algo en mí se encendió y sin pensarlo mucho dije que sí.
Tengo que decir que no ha sido fácil ir a Lisboa, que hubo muchos momentos en los que pensé que no podría ir o que no debía estar allí, pero supongo que el Señor no pensó lo mismo.
Para esta JMJ Él movió todos los hilos necesarios,
puso en mi camino a personas maravillosas con las que estaré en deuda toda mi vida y lo dispuso todo para que yo viviera una de las mejores experiencias que he vivido nunca, abriera los ojos y me diera cuenta de que Él siempre había estado ahí.
Este viaje ha sido increíble, cantos dejándonos la voz demostrando orgullo por ser españoles ya fuera de noche por la calle, en autobuses, metros o tranvías, peleas por ver quién se quedaba el tótem, caminatas sin saber cuánto quedaba para llegar, horas de espera ya fuera para misas, conciertos o para ir al baño, ducharse o comer, duchas con las que o te cocías o cogías una hipotermia, comidas y cenas basadas en zumitos y arroz con lo que fuera, calor insoportable, aeiouuuu en la playa o el río y los bollitos que nos gustaban a todos y siempre comprábamos, bailes con polacos, portugueses, canadienses o con quien encontrásemos, bailar la macarena en un escenario, los informativos de tiempo y viento todas las mañanas para ver qué ponernos, dormir con todo lleno de polvo, los intercambios de pulseras con gente que aunque no conozcamos siempre guardaremos algo de ellos con nosotros, correr para ver al Papa, todos los viajes en autobús con Paco y el altavoz a tope poniendo temazos mientras hacíamos pulseras, los «y queeee» y miles de cosas más que, aunque no mencione, todos las conocemos.
Sí, ha sido todo eso pero también, personalmente, el haber encontrado paz y felicidad en Él, el que en mí se haya encendido algo que me diga que quiero seguir viviendo con y para Él y los demás, el haberle visto y sentido en cada uno de vosotros, el que después de haber visto todas las señales que me ha dejado saber que siempre ha estado conmigo, que estuvo a mi lado en todas y cada una de aquellas noches interminables aunque no lo pudiera ver.
Ahora y gracias a la JMJ entiendo muchas cosas y poco a poco he ido viendo los “para qué” que antes no veía. Hoy puedo darle las gracias a Dios porque entiendo que todo lo que he pasado ha sido con tal de que hoy este así y haya vivido lo que he vivido junto a vosotros.
Él siempre ha tenido un plan para cada uno de nosotros y como dijo el Papa «ninguno de nosotros es cristiano por casualidad».
Hoy me doy cuenta de que el que hayamos vivido esta JMJ y juntos no es una casualidad, de que no es una cosa que haya pasado porque sí o sin razón alguna.
Él, al menos en mi caso, me regaló esto para que nunca me olvidase de que siempre estuvo, está y estará conmigo, aun cuando dude o no lo pueda ver, y para que siga caminando y haciendo crecer mi fe de la mano de las nuevas y maravillosas personas que he podido conocer en este viaje.
Ahora solo queda seguir adelante, empezar o seguir poniendo a Dios como nuestro todo, seguir cuidando y regando esa semilla que Dios ha sembrado en cada uno de nosotros y mantenernos unidos ya que hoy también entiendo que la fe se debe vivir en comunidad.
Así que sí, personas, recuerdos y una nueva forma de vida es lo que me llevo de Lisboa.
Gabriela Atienza
JMJ ´23 – “Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad”
Dijo el Papa en uno de los muchos encuentros. Y es verdad, todos hemos sido enviados por alguna razón. No es fácil describir el sentimiento agridulce durante el camino de ida, sin conocer prácticamente a nadie. Era un viaje más, una experiencia que nunca pensé que me cambiaría tanto en todos los sentidos. Mis abuelos siempre han tenido presente a Dios en sus vidas, hasta en los momentos más duros. Yo no creía mucho, pero sí que me había replanteado mi fe tras la enfermedad de mi madre, porque la estampa de la Virgen siempre estaba allí, en la mesilla del hospital acompañándola cuando los demás no éramos capaces de darle fuerzas.
El principio de todo
Verdaderamente podía decir que iba con miedo, no era una persona muy cristiana. La forma en la que me acogieron el primer día fue alucinante, no sabría ni cómo explicarlo. No os voy a mentir, los primeros días en Faro, las Misas y las Horas Santas me costaron bastante. Tenía un pensamiento extraño, no entendía por qué todo el mundo podía sentir al Señor y yo me lo estaba perdiendo todo. Hasta que me di cuenta de que lo tenía delante de mí. Todos esos momentos tocando la guitarra, cantando antes de comer, arroz y más arroz, darnos la mano durante el Padrenuestro… tan simple como arrancar plantas del suelo, ahí estaba la verdadera fe. La adoración en la ciudad de la Alegría fue la gota colmó el vaso. Llegué y pude abrirme con Dios, no fue ningún encuentro, pero sí sentí que no podía dejar de llorar. Le conté todo lo que sentía y entendí que ese era un lugar seguro en el cual podía desahogarme. Quería que estuviese en mi vida como en la de los demás. Asimismo, me di cuenta de lo que le importaba a la gente que había conocido apenas una semana. Tan simple como dos palabras “¿estás bien?”. También he podido conocer el cristianismo. En concreto dos personas importantísimas me explicaron lo que era tener a Dios en mi vida. Como una de ellas dijo “Dios nunca te va a dar una cruz más pesada de la que puedas cargar”.
Por otra parte, la Vigilia. Ver cómo todos caminábamos hacia el punto de encuentro a pesar del calor, el cansancio y la multitud. Pensaba en cómo podían dar cada paso, de dónde se sacaban las fuerzas y la sonrisa de oreja a oreja que todo el mundo tenía y por qué era tan importante eso de dormir con el frío de la noche en un campo. Pero tras las palabras del Papa lo entendí todo. Fue otro momento como el de la ciudad de la alegría. No podía contenerme, me preguntaban qué me pasaba, era una mezcla de todo. En varias ocasiones, ese día, fui a hablar sentada en la rocas al lado del río con distintas personas. Podían ser más profundas o menos, pero yo sentía que Dios estaba ahí presente: en ellos, en el río, en el viento, en la multitud.
Por último, en el bus del vuelta. Nada más despedirme de todos lloré. Era una cantidad de sentimientos juntos impresionante. Ver cómo le importabas a la gente que habías conocido hace 15 días, que nos íbamos de la JMJ, la satisfacción de haber conseguido lo que tanto estaba buscando, al Señor.
Por todo esto y por todo lo que viene, quiero trasmitir la fe cristiana, gente que estaba perdida como yo, que aprenda a ver que Dios está en todo, enseñarles canciones que lo dicen todo… Y como dice la canción “enciéndeme y déjame ser tu luz”.
Gracias por dejarme descubrir a la familia Cluny y a todos los que la forman.
Marta Pérez Gimeno
Yo empecé la JMJ con miedo.
Tenía miedo de que me pudiera cambiar; no sólo a mí, sino mis pensamientos e ideas, mi relación con Dios. Siempre tengo miedo. Desde hace 9 meses, no soy la misma persona. Cuando te quitan algo te molesta, te duele. Como cuando eres niño y te quitan el muñeco que más te gusta. Lo que cambia es lo que a mí y a todos nos quitaron, no un objeto, sino una persona, un humano que respira, ríe, llora, cómo tú. La pérdida de María nos azotó a todos como una gran ráfaga de realidad. Fue como un «ahora vas y lo cascas». Es que nadie se lo esperaba, ¿cómo nos lo íbamos a esperar de una chica sana de 17 años? ¡Y que por un *uto esguince le iba a ocurrir semejante problema! Pero, ¡si es que me acuerdo de cuando se hizo el esguince! ¡que se estaba riendo por no llorar (cosas de los Avendaño)! Y ahora, sinceramente, muchas veces al llegar a casa me dan ganas de llorar viendo su habitación vacía, sin nadie que me grite desde la habitación y me diga que cuando canto parece que un gato está siendo atropellado. Al poner la mesa sobra un mantel, un vaso… Y al pedir una reserva pedir perdón al camarero por haberle dicho que éramos 6 cuando somos 5. En esos momentos solo me sale llorar por no tenerla al lado dándome un gran abrazo, esos abrazos de ella, en los que me abrazaba más la cabeza que el cuerpo entero.
¡Cómo me gustaban esos abrazos! Se los pedía todo el rato… Y cuando más o menos lo iba asimilando, o al menos eso creo, falleció mi abuelo. Hace mucho, desde la pandemia, no le podía visitar mucho, pero antes de eso quedábamos todos lo findes. Su muerte fue más fácil de aceptar, era ya mayor y le habían dado ya dos ictus. Está la tristeza pero fue más fácil. Yo nunca me he atrevido a llorar en público, pero no por vergüenza, sino porque todo el mundo te dice que «¡eres un ejemplo!»,»¡qué testimonio!», y tienes todo ese peso encima que te da miedo de «defraudarles», te da miedo que vean esa faceta en la que muestras que también lloras y sufres. Pero… en la JMJ, no dejé de llorar, y vi que la gente te quiere cuando estás completa, cuando ríes; pero, también, cuando lloras. Los primeros días de Faro estuvieron bien, pero
seguía enfadada con Dios. Y no dejaba que me consolara. Lo único que me preguntaba era por qué ella, por qué en ese momento.
Hasta que no me abrí con diferentes personas, – a las que les debo muchísimo -, no me enteré de que tenía que dejar de preguntarme porqué sino para qué, y aunque no encontrara la respuesta, confiara. Eso era lo que me hacía falta, confiar. Tener FE. También me dijeron que no se me iba a ir la tristeza, el echarlos de menos, pero que en vez de centrarme en eso, buscara consuelo en Él. Y junto a todas las Misas, Horas Santas, Vigilias… he podido decirle a Dios:
«Vale, no entiendo por qué, no entiendo por qué en ese momento y en esas circunstancias, pero sé que tienes un plan, y, te pido perdón porque, a veces, me da miedo seguirlo, pero quiero que sepas que en esta JMJ, junto a las palabras del Papa Francisco y de amigos, he conseguido aceptarlo, y me alegro que, junto a ti, haya dos preciosos ángeles, que me dan fuerzas para seguir tu SANTA voluntad».
Y eso es lo que me ha enseñado la JMJ: a CONFIAR en ti. A tener FE.
Marta Avendaño
DOS FORMAS DE VER Y ACERCARSE A DIOS
Yo creo que hay dos formas de ver y acercarse a Dios. La primera, cuando te sucede algo grande, algo que no puedes describir con palabras, pero que es tan grande que sólo puede ser de Dios; la segunda, es a través de la gente, de esos miles de jóvenes que te encuentras en el metro y que comparten la misma Fe que tú. Yo puedo decir orgullosa y con fuerza que, durante estos días, he podido acercarme a Dios de las dos formas.
Desde la primera forma, es increíble ver cómo Dios le da a cada uno lo que necesita cuando lo necesita. Para ser sincera, no empecé este viaje con ganas ni con ilusión, de hecho la semana de antes no quería venir. Sin embargo, Dios se encargó de darme un regalazo: una confesión con Javi cura que me ayudó a VIVIR la JMJ. Esta experiencia me ha ayudado a ver mi relación con Dios de otra forma, no sólo mirando a Dios a través de los demás, sino también cuando rezo de forma individual. Dios también me regaló la oportunidad de ver al Papa bastante cerquita, y sí, os lo reconoceré, lloré. Lloré como una niña, como si, de repente, todos mis problemas se fuesen. No sé vosotros, pero eso sólo puede ser el infinito amor de Dios.
Otro momento que me regaló Dios fue en la última misa de Faro. Yo estaba un poco desanimada (nada nuevo bajo el Sol ) y se leyó en esa misa una de mis frases favoritas, y que creo que todos deberíamos adoptar como lema: «Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien», y es que esta frase es tan cierta… Nuestros días buenos, los malos, las alegrías, las tristezas, las risas, los enfados… todo eso, si se pone en las manos de Dios, nos acercará un poco más a Él.
A través de la segunda vía para ver a Dios, os tengo que dar las gracias a todos vosotros. No sabéis la suerte tan inmensa que tengo de haberos podido conocer a algunos, redescubrir a otros y querer aún más, si es que eso era posible, a otros. El veros a todos allí, ya fuese cantando por el metro, jugando al tótem, haciendo acertijos a María Enciso… me ha ayudado a ver que no siempre se necesita una iglesia para ver a Dios. Para mi primera JMJ no podría haber tenido compañeros de viaje mejores. Somos Iglesia y testimonio, que no se nos olvide.
Le tengo que dar gracias a Dios por muchas cosas, pero sobre todo porque me ha ayudado a entender que de verdad me quiere tal como soy, con toooodos mis fallos y mis aciertos; con mis días buenos y con los malos; con mi forma más cabreada y con mi yo más relajado; pero, sobre todo, me quiere en mis días malos, cuando no me aguanto ni yo. Es muy fuerte pensar eso, que por muy roto que estés Dios te quiere igual.
Bendita locura, porque sí, nos llamarán locos. Un millón de personas durmiendo en un descampado sólo para ver al Papa. Pero también os digo, no hay mejor locura que ésta; una locura llena de amor y de felicidad y de un cariño que no pueden entender. Sí, nos llamarán locos, pero lo hacen porque no nos entienden, y para ser sincera, prefiero que me llamen loca a no entender algo tan grande como lo que acabamos de vivir.
Loca y agotada, pero con una sonrisa de la que se sabe y se siente amada, así estoy hoy, y así quiero estar, para contagiar mi locura a más gente que tenga sed de vivir lo que nosotros hemos podido vivir estos días.
Carmen Vela
JMJ LISBOA 2023
“Señor sorpréndeme”
Todas las mañanas le pedía eso a Dios y, cómo no, Él lo cumplía siempre de una forma u otra a través de personas, conversaciones, gestos, misas, confesiones, adoraciones, atardeceres y mucho más.
He de decir que los días en Faro me costaron un montón. Creo que me encerré demasiado en mí misma y no pude aprovechar bien el regalo de gente que tenía a mi alrededor y por unas cosas u otras se me hicieron un poco cuesta arriba. Con todo ello, agradezco de corazón tener en ese momento a personas en las que apoyarme, buenos consejos, canciones, conversaciones de mucha ayuda por la noche, lloros, abrazos (muchos abrazos) y por supuesto, mil risas jugando al tótem y a las cartas.
Cuando llegué a Lisboa todo cambió. Desde el primer momento, Dios se encargó de dejarme clarito que Él tenía que estar en el centro de mi vida. Desde hace ya un tiempo ese tema me preocupaba y no conseguía darle a Dios el espacio y el tiempo suficiente, ni dejaba que fuera el motor de mi vida. La Misa del encuentro de españoles fue de gran ayuda para empezar con aún más energía los días en Lisboa. Al día siguiente, por casualidad cogí un papelito de una de las casetas de la Ciudad de la Alegría que resumidamente, decía que Jesús tenía que ser el fin último de todos nuestros actos y el centro de nuestra vida. Además, tuve la suerte de confesarme con un sacerdote maravilloso que de nuevo me dijo que aunque yo no tuviera a Dios en el centro de mi corazón, Él siempre me tendría en el centro del suyo. ¿Alguna señal más clara? Todo esto fue un golpe de realidad enorme y fue una alegría inmensa el darme cuenta de que Dios me quiere tal y como soy, incluso cuando a mí me cuesta hacerlo. Si Dios me ama gratuitamente sin pedir nada a cambio, ¿por qué no hacer lo mismo yo? A veces estamos ciegos, o no nos queremos dar cuenta, pero Dios dispara a todas partes para que tú le cojas de su mano y camines con Él.
Cada vez que hablaba el Papa se me ponían los pelos de punta porque todo lo que decía me tocaba profundamente y sentía que todo se decía exclusivamente para mí. Y supongo que así es el Evangelio, que nos habla individualmente a todos. El “no tengan miedo”, junto con cientos de frases más, se me quedará grabado de por vida porque, es totalmente cierto, si tengo a Dios de mi lado, ¿a qué le puedo tener miedo?
Concluyendo, esta experiencia sin las personas tan maravillosas que tenía alrededor, los nuevos descubrimientos, la familia Cluny, el amor y la alegría que inundaba todo, no hubiera sido posible.
Así que mil gracias a todos por formar parte de estos días que me han marcado tanto.
Ahora toca seguir trabajando y mejorando mucho.
“Sólo Dios sabe la semilla que ha puesto en cada uno de vuestros corazones”
Así que a descubrir esa semilla, a regarla y a cultivarla!!
María Macicior
JMJ´23 LISBOA
No es fácil describir los sentimientos que tiene uno en dos semanas llenas de emociones que necesitan tiempo para ser asimiladas, pero para mí ha sido una experiencia que nunca voy a olvidar, y no es lo típico que se dice como “eso nunca se olvida”, verdaderamente a mí me ha cambiado la forma de vivir mi día a día , valoro mucho más los pequeños detalles , en los cuales consigo ver cómo Dios está dentro de nosotros y gracias a Él actuamos con amor y con ganas de hacer felices a los demás.
Mi JMJ se divide en dos etapas muy especiales y distintas a la vez: la primera etapa, en Faro, fue una experiencia en la cual conocí a gente muy especial que nunca voy a olvidar, que, como yo, venían a la JMJ porque tenían sed de Dios, es decir, ganas de sentir a Dios en sus corazones. Personalmente, con Dios no tuve ningún encuentro durante esa etapa, pero gracias a la gente que conocí aprendí a ver a Dios en las personas que me rodeaban.
En la segunda etapa, en Lisboa, tuve tres encuentros con Dios, el primero fue en la misa que se celebró para los españoles, sentí cómo estaba en paz conmigo mismo y empecé a valorar a mis compañeros de viaje como lo que son, personas que con su fe me guían hacia Dios. El segundo encuentro fue en la tercera misa que se celebraba por la mañana, con el obispo americano, sus palabras me llegaron al corazón, y esos minutos de adoración a Dios me sirvieron para pedir por la gente que lo necesita y para dar gracias por todo lo que tengo. El último encuentro que tuve con Dios fue en la misa que hubo en la última noche, el Papa dio un discurso en el que decía que Dios nos ama como somos, con las debilidades y defectos que tenemos y con las ganas que tenemos de seguir adelante en la vida. Estas palabras me llegaron ya que siento que vivo la fe de esa manera, tengo defectos y debilidades, pero ganas de seguir adelante y alcanzar el objetivo de todos los jóvenes que fuimos a la JMJ, llevar una vida cristiana y llegar al cielo.
Dicho esto quiero dar las gracias a mis compañeros de viaje y mis responsables, sin ellos hubiese sido imposible vivir esta experiencia y llegar a estas conclusiones, me ha parecido increíble vivir la fe en comunidad, os debo todo, muchas gracias. Gracias a este grupo espero no separarme de la gente que me ha acercado a Dios y sé que mucha más gente de lo que creía tiene sed de estar con Dios.
Jaime Pérez-Caballero
JMJ ´23 LISBOA
Y tras 12 años esperando este momento, por fin, el Señor me ha dado el regalazo de poder participar en esta JMJ 23 en Lisboa.
Desde la JMJ de Madrid soñaba con poder vivir esta experiencia, ahora, por fin, tras tantos años esperando que llegara el momento de poder ir, ya lo he vivido y, tras ello, tengo muchos sentimientos encontrados porque ha sido una experiencia donde realmente he podido sentir a Dios en cada paso que hemos dado. También las palabras del Papa que tanto nos han ayudado. Pero, he de reconocer que lo que más me marcó fue el momento donde nos hizo recordar nuestras raíces, porque hay veces que no recordamos de dónde venimos, de dónde viene nuestro amor por Dios y por eso es bueno pararse a recordarlo y dar gracias.
Todos los momentos que hemos vivido juntos haciendo lío, cantando por la calle o en el bus, demostrando que la juventud del Papa está más viva que nunca, porque tenemos sed de Él, y ahora lo que tenemos que hacer es seguir cultivando nuestra fe, y cuidar los frutos que ha dado esta jornada y dar testimonio del amor de Dios por todas partes.
Una de las mejores cosas ha sido los nuevos amigos que Dios nos ha regalo en esta jornada gente que antes no conocíamos de nada y que ahora son esenciales en nuestra vida y que gracias a ellos nuestra fe va a seguir creciendo porque la fe no se puede vivir solo y tener una buena compañía es el mejor aliado para crecer en comunidad.
Lo más increíble de todo ha sido ver a tanta gente unida por Dios dispuestos a aguantar horas y horas de cola, caminatas, momentos de calor… todo por estar junto a Dios, por compartir su fe con gente de todo el mundo. Y todo gracias a la gran invitación que el Papa Francisco nos hizo para venir hasta Lisboa a vivir esta jornada que, gracias a él, tantos jóvenes se han acercado a Dios, y sus palabras que son aprendizajes que nunca olvidaremos y que guardaremos siempre en nuestro corazón.
En lo que sí estamos todos de acuerdo es que la vuelta a casa ha sido un tanto dura porque en estos días hemos encontrado una familia, un lugar seguro fuera de casa, sabemos que esto ha sido algo que no repetiremos pero que siempre será un gran recuerdo en nuestro corazón.
Habrá que esperar hasta 2027 para repetirlo en Seúl porque pese al cansancio que hemos vivido estos días y que estábamos destrozados no hay dudas de que todo ello ha merecido la pena.
Daniela Alonso
Algo grande veNdría
Cuando empezaron los días en Faro supe que algo grande vendría aunque en ese momento no lo viviera como tal. Como cuento, esto fue así, todo iba poco a poco a más.
Yo, desde el día uno, fui consciente de que este viaje sería el último con amigos que haría antes de meterme a Clarisa, por lo que, desde el día uno, lo viví de lo más intenso como con la presión de tener que aprovechar todo a cada momento y disfrutar todo a cada momento. El intentar hablar con una serie de personas que conocía más y otras que conocía menos, pero que han acabado siendo unas personas a las que he cogido mucho cariño, y que han llegado en poco tiempo a ser importantes en mi vida y parte de esta maravillosa experiencia.
Conforme pasaban los días iba siendo más consciente de que con todo el movimiento, ruido y la intensidad que había se me estaba haciendo bola el continuar con mi relación con Dios. Pero Él siempre tiene unos planes que superan cualquiera que nosotros podamos imaginar.
A la larga habiendo hablado con tanta gente y habiendo vivido muchas anécdotas con ellos me di cuenta de que el tesoro de mi JMJ estaba no solo en Dios, sino en ellos. Que tenía que aprovechar ahora que los tenía aquí y ahora. Que podía hablar, verlos y hasta abrazarlos.
Cosa que tenía en mente: que en un mes no sabría qué pasaría. Que tendría que aguantar el verlos cada mucho y hablar con ellos cada otro.
Gracias a un buen, reciente y joven, sacerdote, al confesarme descubrí lo que Dios quería que hiciese y, aunque con fracasos, conseguí realizarlo. Teniendo los dos regalos que Dios me daba. Él y el regalo de personas que ahí estaban. Además, ninguna estaba ahí por casualidad, decía el Papa días después.
Conseguí disfrutar mucho esos doce preciados días con sus alegrías, miedos y lloros que en algún momento me entraron. Es que el ver al Papa y la emoción que me entró. El escucharlo y sentir que me lo decía directamente a mí y a la vez a cada uno de nosotros en cada ocasión en la que coincidimos con Él… ha sido algo que me ha marcado tanto que se quedará presente en mi vida por muchas cosas que pasen en ella.
Fue el último día de la JMJ como tal, antes de ir a Coímbra, que en la adoración, pese a lo corta que fue, sentí, tras haber escuchado al Papa y haber estado con Dios durante un tiempo, que, en estos días, el deseo de amarle y entregarme a Él había aumentado sin haberme dado cuenta.
Fue en Coímbra en la adoración final en la que me llegó un “no te preocupes, Yo he estado aquí y eso es ahora lo que importa” en forma de amor que a mí solo me podía producir alegría y ganas de amarle a Él aún más de lo que ya lo hacía.
Pero, de pronto, todo volvió a caerse encima mía y saber que en un mes ya todo cambiaría que todo lo increíble que estaba disfrutando este verano cambiaría radicalmente, tenía miedo, tristeza por desprenderme de esto, y sobre todo de personas. Que no me voy a morir, no, pero los abrazos serán en una reja, que veré a personas cada muuuucho tiempo, y hablaré con ellas cada otro… despedirme de eso con toda la felicidad que tenía rompía en mí con ganas de llorar, melancolía y mucho amor. Siendo consciente de que lo que quería era ser Clarisa pero que renunciar no era tan fácil, que le tenía a Él pero “perdía” más o menos lo que Él también me había dado. Y, al llegar a mi casa y las ganas que tuve de llorar a cántaros en misa por muchas sensaciones a la vez… no sé es que fue mucho a la vez muy rápido…
Con todo esto y más quiero daros las gracias a cada una de las personas que habéis estado presentes en esta JMJ porque sin Dios, el Papa, este pedazo de grupo y todos los grupos que vimos no hubiera sido igual. No hubiera sido una experiencia en la que nos reencontráramos con tantas personas que conocíamos de vista o que hacía tiempo que no veías y en la que volviéramos a nacer en Dios además de que no habríamos vivido mil anécdotas que recordaremos mucho tiempo. Como la alegría de no comer arroz en Faro, los ataques del tótem, los juegos y baños en la playa, las conversaciones con tanta gente… muchas cosas que ahora forman parte de nuestra historia y que ahí estarán siempre. Porque todo queda.
Ahora toca luchar para que todo se quede y se enraíce en nosotros.
Clara Macicior, JMJ ´23
íbamos a vivir algo “único e irrepetible”
¡Qué difícil es expresar con palabras algo tan inmenso como es la experiencia de una JMJ!
Nos embarcábamos un grupo de unos 40 chavales de Cluny junto con otros 60 de la diócesis de Tui-Vigo con muchas dudas y prejuicios. En mi caso, apenas había gente de mi edad y pensé que los menores venían solo a conocer a gente (una manera sutil de decir ligar) y pasárselo bien. Aun así, no me desanimé y decidí confiar en el Señor ante las múltiples veces que tanto los sacerdotes como las religiosas nos decían que íbamos a vivir algo “único e irrepetible”. Cuánta razón tenían.
Pronto comenzaría a sentir una gran acogida por parte de la gente que juzgué por sus apariencias o edad, y me demostraron que eran personas con un ansia de Dios enorme. ¡Menuda lección de humildad me dieron al ver como con esa edad salían a la búsqueda del Señor de esa manera! ¡Qué gran respeto había en cada misa, dinámica u oración en Faro!
A pesar de sentirme acompañado por la gente durante esos días fui tentado por la envidia de pensar en lo bien que me lo estaría pasando en otro grupo, con otra gente más experimentada en la fe… Como dijo el papa Francisco, “la única manera en la que es lícito mirar a alguien de arriba a abajo es para ayudar a levantarse”.
De Faro salíamos ya un grupo muy majo y unido con muchas ganas de seguir conviviendo entre nosotros y de seguir buscando a Cristo. Nada más llegar a Lisboa vendría el encuentro entre españoles. Hacía tiempo que no me sentía tan orgulloso de mi país: la España de la alegría, de la emoción, de los abrazos, del respeto, de la salve rociera y sobre todo del amor a Cristo abarrotábamos aquel casino de Estoril. Aquella espectacular misa oficiada por el cardenal Omella nos dejaría grandes mensajes, pero yo creo que el que más caló para los días posteriores fue el mensaje de San Ignacio de Loyola: dar gloria a Dios por siempre.
Y es que en Lisboa se dio gloria a Dios en cada cola para la comida, en cada espera e incomodidad del transporte público, en cada gota de sudor para esperar a una misa, catequesis o para un concierto de Hakuna. No me podía creer cómo los jóvenes que tanto había juzgado y de los que era el responsable podían tener tanta paciencia y apechugar con los distintos contratiempos y errores en la organización, todo para dar gloria a Cristo. Y vaya si el Señor nos lo recompensó: en esos 6 días de Lisboa vivimos situaciones de las que aún en los días posteriores nos cuesta asimilar. Vivimos catequesis presididas por obispos, misas de 700 000 personas de todos los países, festivales de música llenos de alegría, el papa Francisco a menos de un metro de distancia… En definitiva, vivimos el amor de Dios, que es lo que sin duda más llena de felicidad al hombre.
Me emocionaba cada conversación sincera que tuve con los miembros de mi grupo, cada acto de generosidad, cada risa, cada “¿estás bien?”, cada palabra que soltó el papa por su boca. Porque si algo también me queda claro después de esta JMJ es que el Papa es verdaderamente el obispo de Dios. Nunca he visto tanta brillantez en una persona como en la entrada del Papa a la vigilia del sábado. Solo podía dar las gracias a Dios por lo que se me había revelado en Lisboa. Después de la misa del domingo la pena y el miedo se apoderaban de mi al ver como esto se acababa. Me preguntaba, ¿cómo voy a ser capaz de mantener esta fidelidad a Dios y estas ganas de él en mi rutina? ¿Seré capaz de trasladar el mensaje del amor de Dios en mis ambientes?
Aunque ambas preguntas tienen difícil respuesta, el Papa nos repetía una y otra vez el “no tengáis miedo”. La fe es esa luz suficiente que necesito para caminar y en la JMJ ha quedado bien claro que en la iglesia cabemos TODOS. Fiémonos del Papa y ojalá los jóvenes de Cluny sigamos haciendo lío.
Moito obrigado Lisboa.
Alex Pérez-Caballero, JMJ ´23